miércoles

Cuando es noche en Okinawa

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     Los días son extraños cuando no se duerme bien. Un continuo en que las horas se expanden, nuevas, inhabituales, saltándose nuestras antiguas costumbres y horarios. Hacia la noche, cuando esperamos descansar, Guido demanda intensamente, y entonces prefiero estar sola con él. No sé por qué se despierta tantas veces, parece que es por la dentición, y sólo se calma conmigo, pese a los intentos del padre por consolarlo. Vicente, celoso; el padre desplazado.
     El cuerpecito de Guido a veces me inspira pensamientos grandes. Anoche, en la soledad del living, pensé en los mapas. Siempre me gustaron, y últimamente, cada vez que puedo, recorro con el dedo las rutas de Okinawa, armando travesías virtuales para Isao, para cuando llegue el momento de su viaje iniciático. Se me ocurren palabras como árbol genealógico o descendencia, y tengo la sensación de que un hijo y un mapa son dos elementos afines y compatibles. Todo se agota en esa mínima intuición, sin que logre hilvanarla con argumentos que la justifiquen.
     Viajé todo lo que pude. Con Amparo imaginábamos una vida ideal parecida a la de Joel, en movimiento continuo. Cada viaje era un presente que nos afirmaba en el tiempo preciso de su duración, sin importarnos ni el pasado ni el futuro. Ahora, en cambio, rechazo las sugerencias de Vicente, vámonos afuera unos días; me cuesta tanto salir. Y sin embargo me siento inmersa en una marea lenta pero constante. Viajo, viajo, sin salir de casa. Un mapa es necesario, pienso, también para este viaje, aunque sé que a todas partes se llega a tientas. Pero Guido me lleva hacia atrás y hacia delante en el brumoso mapa familiar al que durante tanto tiempo fui indiferente, con sentimientos de añoranza que van y vienen, ignorando cómo recuperar esos lazos, si es que eso fuera posible. Veo la foto descolorida donde estoy con mi familia, con Joel, en el portarretratos de tela que puse sobre una biblioteca. Mi mamá y mis tíos, antes de la pelea que los distanció para siempre, mi papá, de ojos caídos, seguramente medicado; otros adultos que no reconozco, y los chicos: mis primos, mi hermano y yo. Pobre de mí, si ése es mi mapa…
     El mar me traga a veces, y a su torbellino es inútil resistirse. Mejor, mientras la noche dura, entrever la costa, una isla pequeñita de nombre musical a la que llego sin mapa, o con otro mapa, el íntimo y sinuoso de los deseos. Hasta que el alba duerma a Guido profundamente en mi pecho, y yo camine hacia mi cama para dormir también, robándole horas a este día, en la noche de Okinawa.

 

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