89
Cuando es noche en Okinawa, suena el despertador de Vicente. Yo sigo durmiendo a milímetros de la vigilia. Por momentos me despabilo y escucho los pasos descalzos de mi esposo yendo hasta el baño, con una nitidez instantánea que se va velando. Enseguida los sonidos se acomodan y soy yo la que me baño en una puerta de agua cristalina. Miro a través de la cortina de gotas robustas con sentimientos confiados. La lluvia termina y una luz atenuada ilumina los preparativos; una ceremonia típica de allá. Adivino la cara de Vicente en el espejo empañado, apareciendo de a poco detrás del vapor. Es un anochecer caluroso pero yo pasé por el agua y camino húmeda entre los habitantes de ojos rasgados a buscar mi ropa. Alguien abre y cierra cajones, un roce de telas me distrae. Elegí un traje rojo para el festejo. Fru-fru, el brazo largo de Vicente pasa por la campera de nailon. Está por irse y un beso llega al costado de la cama. Digo algo en uchinaguchi. Apaga el velador y se va al taller.
No hay comentarios:
Publicar un comentario